“Frenteamplistas, tenemos que hablar”: el síntoma de un malestar que atraviesa al Frente Amplio

La reciente actividad titulada “Frenteamplistas, tenemos que hablar”, organizada en la Coordinadora B, reunió a unos 400 militantes en forma presencial y alcanzó cerca de 12 mil visualizaciones en su transmisión virtual. El encuentro —que según sus organizadores no busca “irse del Frente Amplio, sino no callarse”— puso en evidencia una tensión que atraviesa a la coalición de izquierda: el descontento creciente entre la militancia y el rumbo del gobierno frenteamplista.

La reunión fue una de las más concurridas en años en el ámbito de las coordinadoras del Frente Amplio, y su masividad sorprendió incluso a quienes la impulsaron. Detrás del llamado “tenemos que hablar” hay más que un gesto simbólico: es el síntoma de una fractura emocional y política. Como se dijo en el programa La Noticia es Otra, “cada vez que alguien dice ‘tenemos que hablar’, es porque algo ya no está funcionando”.

El origen del malestar

Los puntos de incomodidad son claros: la postura tibia del gobierno frente al genocidio en Gaza, la falta de impulso al impuesto al 1% más rico —propuesta del PIT-CNT—, y la negativa a eliminar las AFAP pese al millón de votos que respaldaron esa opción en el plebiscito.
Detrás de estas diferencias concretas se esconde una cuestión de fondo: la distancia cada vez mayor entre el Frente Amplio como fuerza política y el gobierno que lo representa. “Una cosa es el Frente Amplio y otra el Gobierno”, ha repetido la dirigencia. Pero dicha frase, más que aclarar, opera como una provocación para muchos votantes que sienten que su voto fue útil, pero no político.

Críticas y reacciones

Lejos de abrir espacio al diálogo, la respuesta de algunos dirigentes frenteamplistas fue de una dureza inesperada. La diputada Betina Díaz, por ejemplo, comparó a los organizadores del evento con “terraplanistas”, mientras que desde la orgánica partidaria se les negó el uso de la Huella de Seregni como sede, argumentando excusas formales.
Entre los voceros del grupo se encuentra el periodista y escritor Enrique Ortega Salinas, militante histórico del Frente Amplio, quien insistió en que la iniciativa no busca romper sino “recuperar el espíritu frenteamplista”. Sin embargo, el tono de las respuestas internas refleja que el malestar ya traspasó el plano de las formas.

Entre el desborde y la contención

En La Noticia es Otra se analizó que detrás de este fenómeno conviven dos interpretaciones: por un lado, quienes ven en esta movida una antesala de ruptura, una suerte de “preparación para el quiebre”; y por otro, quienes entienden que es un intento de contención del descontento para evitar una fuga de votantes por izquierda.
El propio senador Óscar Andrade había advertido en las elecciones pasadas sobre el “divorcio” entre el partido político y las organizaciones sociales, y hoy esa grieta parece profundizarse. Como señaló el programa, “el gobierno está haciendo todo para que lo echen”, en referencia al doble discurso entre la gestión y las bases.

Un escenario en disputa

La hipótesis de un quiebre dentro del Frente Amplio no es nueva, pero esta vez aparecen factores distintos. El Partido Comunista y el Partido Socialista, con fuerte presencia en el movimiento sindical y estudiantil, son los que más tensiones acumulan con el gobierno.
En el análisis de La Noticia es Otra, coexisten dos escenarios: uno en el que estos sectores rompen y conforman una nueva fuerza de izquierda —posiblemente junto a grupos como el 26 de Marzo o el PVP—, y otro en el que deciden permanecer dentro del Frente Amplio como “estructura tapón”, conteniendo el descontento popular sin abandonar la coalición.
“Ambas ideas conviven y disputan su hegemonía”, se afirmó en el programa. Lo que está claro es que la sensación de agotamiento crece, y el clima interno es cada vez más parecido al de una pareja que, aunque no se separa, ya no encuentra razones para seguir igual.

Conclusión

El evento “Frenteamplistas, tenemos que hablar” no fue un episodio aislado, sino una señal política. La militancia está exigiendo que el Frente Amplio recupere su mística y su coherencia con las causas populares.
El riesgo para el partido no es solo electoral, sino simbólico: si la distancia entre gobierno y base se consolida, el Frente Amplio corre el peligro de volverse un sello vacío, administrado por una burocracia que ya no representa a quienes lo fundaron.

En definitiva, más allá de las acusaciones cruzadas y los cálculos electorales, lo que quedó en evidencia es que hay una parte importante del frenteamplismo que dice no querer irse, pero tampoco está dispuesta a callarse.

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